jueves, 30 de julio de 2015

ATENCION, esto es un experimento de Silvia Ele.

Amigos, he aquí un experimento nuevo para mí. Si tienen 8 minutos libres (si es que van a llegar al final, lo cual no es obligatorio, sobre todo si ello puede afectar la salud mental de alguno de nuestros espectadores) pueden escuchar la grabación (casera y defectuosa) de un relato presentado por mí en octubre de 2014. Las condiciones técnicas no eran las ideales, y el equipo utilizado fue una sencilla máquina fotográfica. Quise incluir esta grabación y no una hecha en mejores condiciones, porque es en vivo, y la risa del público es muy estimulante.
En julio de 1994, robé este material y lo adapté (o arruiné) de un delicioso delirio de los habituales de Alejandro Dolina en su programa de la medianoche.

                                         
Pero ¿qué es esto?

ALGO QUE PASA

No sé qué pasa. Pero algo pasa. Y tengo miedo. Un presentimiento que no
me suelta. Que se mete en cada cosa que hago. Cuando voy con las
gallinas, cuando corro sola por el campo, cuando me escapo de la vieja, si
me quiere dar.
Como una lombriz que me cosquillea por dentro. Eso es. Una
intranquilidad.
Sé que algo pasa.
La veo a la mami conversar con papi y quedarse callados cuando ven que
llego.
Andate a jugar afuera nena, me dice ella. Y aunque me hago un poco la
sorda, al final, me tengo que ir.
El abuelo debe saber. Pero no me dice nada. Esquivo anda el viejo. Más
mudo que de costumbre. Como si le pesara la espalda. Me esconde los
ojos cuando lo miro.
No es así mi abuelo. Como puede, siempre me explica cada cosa.
Hasta cuando vi al gallo encima de las gallinas y lo empecé a espantar,
qué sonsa, hace mucho ya de eso.

martes, 28 de julio de 2015

ENIGMA: ¿CON QUE JUEGAN LAS MUÑECAS?

En el país de las muñecas, sus juguetes son pequeñas personitas que pasean, comen, y trabajan. Por las noches, las muñecas las recogen y las llevan a dormir a unas pequeñas casitas donde están sus camas y para jugar tienen unas casitas más pequeñas donde están los juguetes conque juegan las personitas,  y que son unos muñequitos y animalitos de peluche, que a su vez juegan con escarabajos y luciérnagas de verdad.
Photoshop y texto de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

LA HIGIENE ANTE TODO, SEGUN MAMÁ

Sonia es una nena que tiene una mamá muy pero muy limpia. Y sobre todo, la quiere muy limpia a Sonia. Por eso la baña todos los días. aunque Sonia no esté sucia. Por eso Sonia, que admira mucho a su mamá, hace lo mismo con sus juguetes y sus perritos. Todos los días los baña y lo cuelga para que se sequen, si hay sol. Pero si el día está feo, no los baña con agua, sino que los espolvorea con un polvito y los cepilla. Porque una vez, en que había empezado a llover cuando ella estaba lavando a sus perritos, quiso secarlos en el secarropas de su mamá, pero su mamá, cuando la vio, pegó un grito, desenchufó el aparato, sacó a los perritos, le dio un chirlo en la cola, y la mandó enojada a su habitación. Y es el día de hoy en que Sonia aún no sabe por que se enojó así su mamá. Esas cosas raras que tienen algunas madres...
Photoshop y texto de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

lunes, 27 de julio de 2015

¿FLORES O DULCES??

Renata era una niña muy bonita, y le gustaban muuuuucho los dulces, y los caramelos, y los chocolatines, y ... bueno, ya pueden imaginarse. Pero los padres no la dejaban comer tantos como ella quería. Entonces un día, en que se había comprado, con unos billetes que le había regalado el tío Osvaldo, dos paletas (desde que en Argentina se popularizó el hablar "en Chavo" no decimos más chupetines), a escondidas para que no la descubrieran , buscó dos palitos, chupó un poco las paletas para ablandarlas, les clavó en el centro los palitos, y los puso como flores en un florero de la sala. Nadie se dio cuenta, y ella, cada vez que no la veían, iba y los lamía un poco a cada uno. Así fue como fueron quedando cada vez más y más chicos, hasta que mamá un día los miró, y dijo: -Uyyyy, estas flores ya están marchitas. Hay que tirarlas a la basura.
Y las sacó, y las arrojó, sin que Renata pudiera decir nada. Moraleja: las golosinas hay que comérselas enseguida, por las dudas.
Photoshop y texto de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

LUZ DE LUNA Y FRACTALES

Los fractales son como una especie de aguas vivas que andan flotando sobre el agua en las lagunas de las selvas tropicales. Los bichos que quieren ir hacia la otra orilla nadando, muchas veces los confunden con los reflejos de la luna en el agua, y quedan atrapados en su superficie. Y casi mueren de miedo, pero los fractales son bichos matemáticos muy pacíficos, que no les hacen daño, y los llevan navegando hasta la orilla donde los dejan sanos y salvos, siempre y cuando los pasajeros sepan decir bien la tabla del cuatro.
Photoshop y texto de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

WONDERWOMAN DEFIENDE A LAS SABINAS

Dicen los libros de Mitología, que las Sabinas, las mujeres del pueblo sabinio, habían sido raptadas por los romanos,  (que andaban escasos de mujeres en la época de la fundación de Roma), y los cuales, como todos sabemos, no se distinguían por la prolijidad de sus procederes en general. Los Sabinos se quedaron con mucha bronca, pero las Sabinas, las descocadas, se quedaron a vivir muy contentas con los romanos. Los Sabinos seguían enojados, y años después, aprovecharon la traición de una romana que no quería a las Sabinas, para acorralar a los romanos ladrones, y recobrar a sus mujeres. Se trenzaron en cruenta lucha, pero las Sabinas, que por fin se dieron cuenta de lo chanchas que habían sido, se interpusieron y no los dejaron matarse mutuamente, porque sus familias iban a  salir perjudicadas cualquiera que fuese el bando vencedor.
Modernos historiadores, descubrieron que en aquella cruel lucha, apoyando a sus congéneres, intervino la Mujer Maravilla, reconocida activista de la lucha contra la violencia de género , y se cree que ella fue el factor determinante del fin de la pelea, que terminó con un banquete para celebrar la reconciliación. 

Photoshop (a partir de un cuadro de Jean-Louis David (1799))
 y texto: Silvia Ele

Fuente: Wikipedia

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

INJUSTICIAS : ¡SI YO NO LO HICE!!!!!!!

¿Qué situación puede ser más dolorosa que la de aquél que es acusado injustamente por un delito que no cometió, sea el reo humano o no?
¿Cómo no creerle cuando en su rostro se refleja toda la inocencia y el dolor que provoca la acusación?
Nuestro blog, en ejercicio de su noble apostolado, se hace eco de toda injusticia. y quiere compartir esta con nuestros lectores.

 
Photoshop de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

EL ÁNGEL DE LOS PIANISTAS


Cuando Cecilio, el ángel de los pianistas, fue santificado, pasó a llamarse Santo Cecilio. Era muy dedicado en su misión de proteger y ayudar a los pianistas. Porque también los ayudaba. Permanentemente sostenía un caracol con la mano derecha, cerca de su oreja derecha, para oir mejor la música que sus protegidos ejecutaban, mientras que con la mano izquierda marcaba el ritmo que correspondía a esa música. Lo cual, si bien, por un lado, era una ayuda, siempre llegaba un momento en que alguno de sus protegidos, como en este caso Ifigenia Rosaura, la niña de esta foto, se hartaba y, no hallando otro elemento a mano, le arrojaba, por ejemplo, un candelabro de los que se usaban en el piano para iluminar la partitura. Que fue lo que pasó después de haber sido tomada la foto ut-supra mostrada.
Pero Santo Cecilio (que no en vano era un santo) no se enojaba ni desistía de su noble tarea. Y volvía al día siguiente, lleno de curitas, y un ojo morado, pero firme en sus ansias de excelencia en sus protegidos.
Photoshop y texto de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

SURREALISMO


Raymundo Allegani Allegretti era un pintor surrealista. Es más, era un fanático del surrealismo. Su mayor deseo era vivir en un mundo surrealista, que toda la realidad fuera surrealista. Tanto lo deseó, que un día, mientras estaba en la azoteade su casa colgando la ropa lavada, se le apareció un genio (surrealista, por supuesto) y le concedió un deseo. Ya imaginarán Uds. lo que Raymundo, tembloroso y conmocionado, pidió. El genio hizo un gesto con las manos y, de pronto, todo el paisaje que lo rodeaba se volvió surrealista. 
Entonces, alucinado por su sueño cumplido, fue corriendo a su taller, tomó el atril, una tela, los pinceles y las pinturas, y se fue a la azotea. Y empezó como loco a pintar lo que veía. Ni se detenía a mirar lo que le había quedado. Cuando terminó, y vio el resultado de su inspiración, profirió un grito  deseperado, tiró todo al suelo, y se fue corriendo a su taller, donde buscó el viejo revólver que había heredado de su abuelo, y se suicidó.
Photoshop  y texto de Silvia Ele

(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)

domingo, 26 de julio de 2015

Mi Graciela Cabal

Por el año 2002 o 2003 habrá sido. Soy malísima para recordar fechas con precisión. En ese entonces, yo trabajaba como lectora para la editorial Sudamericana. Trabajo que valoro y disfruté mucho, fueron poco más de diez años.
Alguna de esas veces que yo llevaba un informe sobre un libro leído (siempre con la esperanza de llevarme algún otro), tenía que esperar en la sala de espera. A veces el editor o editora estaban ocupados, y se hacía un rato, yo lo sabía y no me preocupaba, a mí también me dedicaban un rato, especialmente si se trataba de Luis Chitarroni con el que me encantaba conversar.

El angelito

Uno de los miedos que atormentaron buena parte de mi infancia fue el miedo de aplastar al angelito. (Hablo de mi angelito. El que me correspondía.)
Es cierto que yo nunca logré verlo, porque, según la Señorita Porota —nuestra maestra de primero inferior—, los angelitos sólo se dejaban ver por las niñas buenas, calladitas, limpias y muy pero muy trabajadoras.
Ella, la Señorita Porota, sí los veía (por algo era maestra). a todos los veía: cada angelito sentado al lado de la niña que le había tocado en suerte, más triste o más contento según el comportamiento de la susodicha niña.
—¡A ver, tú! —decía la Señorita Porota, empinada en sus tacones—. ¡Basta ya de morisquetas! ¿O no ves que el angelito llora?

Un salto al vacío

(...) ¿Existen géneros literarios convenientes, bien vistos, apropiados para que una mujer escritora transite por ellos?
La literatura infantil ¿es cosa de mujeres?
(...) ¿Cosa de mujeres? ¿Cómo los chupetes anatómicos, las cacerolas engrasadas y el crochet? ¿Es posible que la misma fatalidad sexual que nos condena a ser las mejores en eso de rasquetear pisos, desodorizar inodoros, freír milanesas y, por qué no, destapar cañerías, nos vuelva especialmente aptas para la literatura infantil?
Siguiendo esta línea de pensamiento, nada tiene de extraño que, a quienes escribimos para chicos —mujeres o varones—, se nos ubique lejos de las escritoras y los escritores y cerca de las madres y las maestras. Madres y maestras —segundas madres— que trabajan por amor. Y trabajar por amor —ya se sabe— es casi como no trabajar.

Respiren, que acá cambia el aire

El sábado tempranito nos pasaba a buscar. Ya el viernes a la tarde me empezaba a preparar. Era salir de la escuela y saber que llegaba a casa, tomaba la leche, y con mamá hacíamos el bolso. Eso me llenaba de una alegría grande, simple.
Me llevaba de todo: ropa por si hacía más frío, más calor, por si llovía, zapatillas por si me llenaba de barro, a mí me encantaba empacar, como decían en las películas. Mi mamá me seguía la corriente.
Algún juguete, las figuritas de brillantina y el álbum, el cepillo de pelo, las cintas, hebillas, de todo. Me dormía rápido, estaba cansada y quería que llegara el sábado.
Yo era la primera, porque vivía en Lanús, y eso me daba cierto poder. Comenzaba las conversaciones que luego tenían que seguir los otros.
Los otros eran mis primos, y las conversaciones las empezaba con mi abuelo Francisco, que todos los sábados a la mañana nos pasaba a buscar para llevarnos a su campito en Longchamps.

Bruja

Deja caer las agujas sobre el regazo. La mecedora se mueve imperceptiblemente. Paula tiene una de esas extrañas impresiones que la acometen de tiempo en tiempo; la necesidad imperiosa de aprehender todo lo que sus sentidos pueden alcanzar en el instante. Trata de ordenar sus inmediatas intuiciones, identificarlas y hacerlas conocimiento: movimiento de la mecedora, dolor en el pie izquierdo, picazón en la raíz del cabello, gusto a canela, canto del canario flauta, luz violeta en la ventana, sombras moradas a ambos lados de la pieza, olor a viejo, a lana, a paquetes de cartas. Apenas ha concluido el análisis cuando la invade una violenta infelicidad, una opresión física como un bolo histérico que le sube a las fauces y le impulsa a correr, a marcharse, a cambiar de vida; cosas a las que una profunda inspiración, cerrar dos segundos los ojos y llamarse a sí misma estúpida bastan para anular fácilmente.

Julio Cortázar, 1943.

Palabras para Julia

Me mira. Quieta. Muda. Asustada.
Me mira con su ojo sano, el que ve. El que vive. El otro, un ojo que no nació, casi como ella, que para nacer tuvo que agarrarse bien fuerte a la vida y pelear, desde el comienzo. El otro ojo apenas se asoma por un párpado semiabierto, ciego.
Pero ella me mira. Mira mis ojos, mi pelo, los anillos y los aros. Me mira toda. Con curiosidad. Y de a poco, mientras le hablo, deja de temer. El susto se va, y deja lugar a otra cosa.
Tiene curiosidad, entonces le cuento, yo hablo, no espero que ella lo haga. No le hago preguntas. No le pido nada. Le doy. Me doy, para que mire, para que escuche, y confíe.
No hace mucho.
Está quieta. Pequeña, frágil, lastimada.
Es una niña pequeña, hermosa y lastimada.
Sus brazos, sus piernas, toda ella es delgada y pequeña.
Rubia, un rubio claro de pelitos que se le escapan de la trenza que su madre le ha hecho.
No llora. Me observa. Me escucha.

viernes, 17 de julio de 2015

Vuelo nocturno

Anoche mi cama, salió volando por la ventana.
Sólo atiné a taparme bien con la frazada porque hacía frío, y me acomodé, con esa felicidad acurrucada, de costado, con las piernas un poco flexionadas, calentita y sin que me importe nada, nada de nada.
La cama flotaba por el aire.
Era sábado y mi hija mayor dormía conmigo, su hermana se había ido a lo de una amiga y quedamos solas en la casa. No alcanzaban las estufas, las frazadas, los escarpines de lana y teníamos un pretexto para dormir juntas, como cuando ella era chiquita, como cuando está enferma, como cada vez que encontramos un buen pretexto para meternos juntitas en la cama grande. La cama de mamá, con olor a mamá, como dicen ellas. No sé a qué olor se refieren, pero las dos coinciden cuando acercan a sus narices chalinas, pañuelos y cualquier ropa mía. Aspiran con fruición, suspiran, sonríen, se miran y concluyen: olor a mamá.

Quieto

Cuando pasé la primera vez no lo vi. Estaba apurada, en cinco minutos tenía que estar en el consultorio y me quedaban más de cuatro cuadras. Pero a la vuelta, aunque también estaba apurada, mi cabeza giró para donde estaba, impulsada por una sensación vaga que ni siquiera llegó a ser presentimiento. Uno de esos mecanismos mentales que descubro después, después de que giré la cabeza y lo vi.
Lo primero que me llamó la atención no fue que estuviera muerto, de hecho lo estaba, sino lo hermoso que era. Una belleza majestuosa y digna, que la muerte no había podido robarle.
Subí la escalerita irregular y sinuosa para cruzar la vía y me quedé unos momentos ahí parada. Mirándolo. Tumbado, lánguido, muerto para siempre en medio de la vía. No venía ningún tren, pero no me acerqué. No tuve el valor. No había mal olor, de lo cual deduje que no llevaba mucho tiempo muerto. Tampoco tenía heridas, aunque no podía verle bien la cabeza, pero en las partes del cuerpo visibles para mí, estaba intacto. Casi como si se hubiera cansado de caminar y se hubiera echado a hacer una siesta allí. Inocente, como los niños cuando se quedan dormidos en la alfombra o el sillón del living.

Los pájaros no se cayeron

Hace un frío que se caen los pájaros.
Eso lo escuché una vez y me pareció tan exacto, que ahora lo digo cada vez que no encuentro otra manera de describir este frío atroz que se me cuela en los huesos.
Estoy sola en mi casa y aunque tengo muchas cosas que hacer, no atino a hacer nada. Tomo mate, té, café, sopa, cualquier cosa que esté humeante y que me devuelva un poco de calor.
El frío es tema de noticiero, de vecinos, de familiares, hemos sacado gorros, guantes, echarpes, bufandas, sobretodos.
Tengo que ir a devolver una película y a comprar algo que comer. Así que me emponcho bien, y salgo. Del cielo cae agua, pero no está lloviendo. Las gotas tienen consistencia y se quedan un ratito en mi campera negra, antes de derretirse y chorrear por la tela. Es agua nieve, que resbala por mi gorro, mi bufanda, mis botas.

lunes, 13 de julio de 2015

Lolita

Hace una semana murió Lolita.
Una vez más sé que todo puede cambiar de un momento a otro.
Que las cosas importantes que forman parte de nuestra vida desparecen, que todo termina.
Lo sabía pero me olvidé. Y cuando vuelvo a saberlo tengo miedo.
No hay consuelo al principio cuando la muerte llega.
Es una oscuridad, es un desastre, un agujero que nos traga, una tristeza grande que no da lugar a nada más.
Es un alivio también porque se termina algo que resultaba insoportable, la sola idea de que un ser tan inocente y hermoso pudiera sufrir.
Saber que ya no es más, que ya no más saludos, ni saltos, ni ladridos, ni correr, ni esplendor en la hierba (así decíamos cuando se revolcaba por el pasto), ni nada, nada de nada.

Gente de mi barrio

Vivo en un pueblo, aunque sea una ciudad. Adonde vivo ahora, es más pueblo todavía.
Y viví un tiempo en Turdera, que es un capítulo aparte.
Yo creo que Turdera es un microcosmos, y que no hay nada mejor para sentirse bueno y feliz que darse una vueltita por Turdera.
Pero volviendo a mi barrio, aquí también hay muchos motivos para ser felices y mucha gente hermosa y peculiar.
Para empezar, mis diarieros. Mis diarieros son una pareja de hermanos, Al modo de Casa tomada, casi diría, pero con menos dinero. Ellos no reciben la renta de los campos ni los libros de Francia, ellos viven el día a día, levantándose de madrugada para abrir el puesto. El puesto parece un pequeño mundo, el mundo de ella. Que no sé cómo se llama.
Cuando yo iba con mi hijita bebé, en el cochecito, ella un día salió de su pequeño mundo y entonces, en toda ella gorda y abrigada, vi dos ojos tan celestes que de sólo mirarlos me hicieron bien. Algo se iluminó en ella cuando vio a mi hija.

Madre añosa

I. ¿Estoy embarazada? ¡Estoy embarazada! Estoy embarazada ¿y qué?

Eso es lo que me pasó a mi, a los 44 años, quedé embarazada, ¿y qué?
Cuando una tiene 44 años y queda embarazada, en algún momento escuchará este adjetivo al lado de la palabra madre. El adjetivo que no da vida mata, decía Unamuno.
Pero “añosa” además de ser un adjetivo es todo un compendio de significados. Tan es asi, que podría transformarse en un significante, si una se dejara dominar por tan cruel palabreja
y se sintiera así, como intenta sugerir dicho adjetivo.
Es algo así como la “cicatriz rencorosa” de Borges, salvando la temática y las distancias entre esta humilde autora y el maestro.
La cuestión es que quedar embarazada a los 44 años trae aparejado una serie de acontecimientos.
Lo primero, una confusión, porque una no piensa ni por las tapas que está embarazada, Más bien cree que ingresó abruptamente en lo que algunos médicos amorosos denominan “declive hormonal”, pensando que es menos brutal que decir: “Señora, entró en la menopausia”. El declive suena como el camino hacia…un precipicio, ¿o no?

Tengo suerte

Así se manejan ustedes, en grupo, ¿no?
Y sí, no podía negarlo.
Nosotras somos las mujeres, así nombradas, como una sola cosa, una masa compacta de mujeres solas que nos movemos en grupo, para salir, para no estar tan solas, para animarnos a ir a bailar, que fue lo que hicimos las tres, este sábado a la noche. Para sacarnos la mufa, escuchar música, bailar, y si daba, conocer a alguien. Porque no nos engañemos, también vamos para eso.
Alberto se llama el fulano. Y yo no puedo creer que después de estar un rato “planchando” como las peores, aparezca Alberto (que todavía no sé que se llama así, por supuesto). Buen aspecto: saco, camisa, limpito, a decir de mi amiga Paula, que suele estar pendiente de la higiene y el perfume de los caballeros; y algo que me gustó: canoso y de anteojos, no es un niño y tal vez leyó mucho.

domingo, 12 de julio de 2015

Como si pasara junto a ella una mariposa

I
Se murió a la edad de Cristo porque era medio santa. Se murió porque una persona como ella no podía sobrevivir entre los humanos. Se murió porque ella no era de este mundo. Se murió porque no pudo contra esa manga de roñosos que no lo querían al general, ni a la República. No se murió, pasó a la inmortalidad, como dijeron en la radio. Todo esto decía su madre, como recitándolo, como escribiéndolo con la voz. Sin dudar, y con una elocuencia lo decía, que nadie, nunca, se atrevió a cuestionarlo, ni siquiera los que, ella sabía, odiaban a la señora. Ella tendría cinco o seis años cuando la conoció. Cuando la vio, cerquita, y le tocó apenas la mano, tibia y suave, y sintió eso, como si pasara junto a ella una mariposa. Fue cuando pudieron llegar hasta el club social, después de caminar más de una hora, hacer la cola y acercarse al camión donde la señora les entregaba juguetes a ellos, los hijos de los descamisados, de sus grasitas. Cinco, a lo sumo seis años, ¿qué tanto se puede entender a esa edad? Desde siempre, ella venía escuchando a su madre hablar de la señora. Y algo entendía. Como si la conociera, como si supiera cada una de sus motivaciones, con una devoción profunda, sincera e infinita, hablaba de la señora. Desde siempre. Era estar en el gallinero y por cualquier cosa brotar en la boca de la madre: la señora conoce cómo es la vida (y ella ya sabía que la señora era la rubia, con el pelo para atrás, que estaba en una foto en la cómoda del dormitorio de los padres), porque no nació en cuna de oro, bien pobre, como nosotros, allá en los Toldos. Y solita, corajuda, a los quince años se fue a la Capital, a probar suerte como actriz y cantante. Y ahí tenés, y ahí tenés lo que pasa cuando uno sabe lo que quiere y lucha por conseguirlo. Fascinada, una y otra vez, le contaba la misma historia. Con el tarro del agua de las gallinas en una mano y un puñado de maíz en la otra, la madre erguía su enorme cuerpo asoleado y encerrado en el batón, y parecía ponerse todavía más alta cuando hablaba de la señora.

sábado, 11 de julio de 2015

Manual de instrucciones

Instrucciones para leer
Lo primero que hace falta es saber leer. Haber leído algo, alguna vez, que nos haya producido eso que hace que sigamos queriendo leer. Pero un momentito, quiero detenerme en eso.
Trataré de poner eso en palabras. Eso que hace que sigamos queriendo leer, que nos haga buscar uno y otro libro en nuestra biblioteca, en la de nuestros amigos (los que prestan), en las librerías, en los suplementos literarios. Que sepamos que ya no podremos vivir sin leer.
Después varias cosas más: buscar qué leer, dónde, cuándo.
Leer, lo que se dice leer, se puede en cualquier parte. Habrá quien pueda más, quien pueda menos, quien acepte gustoso cualquier medio de transporte como ámbito para su lectura, quienes se mareen en colectivos y micros, y en cambio puedan leer felices en el tren (leer en el tren es maravilloso).

Si yo fuera hermosa, si yo fuera alta, si yo fuera buena, si yo fuera flaca

Si yo fuera hermosa, primero, no tendría tiempo para nada. Estaría el día entero haciendo varias cosas que no hago: corroborando en el espejo que la belleza sigue ahí, que nadie me la robó, que no se gastó, que no se arrugó, que no desapareció! Y que no era una ilusión óptica. Para lo cual, tal vez estaría como El hombre de los lobos (famoso paciente de Freud y de otros analistas, por si alguno no lo sabe, no hay por qué saberlo tampoco) con un espejito de mano que guardaría en algún bolsillo especialmente diseñado de mi precioso vestido, mirándome a hurtadillas (tal cual el hombre de los lobos controlaba un grano que decía tener en su nariz).
No tendría tiempo porque me la pasaría en el esteticista, me metería en esas máquinas que me producen claustrofobia, me enchufaría los electrodos, la cámara de ozono, la punta de diamante, la uña esculpida, el drenaje linfático y cuanta cosa se inventó para mantener la belleza, todo lo cual, se comprenderá, no me dejaría tiempo para el resto de la vida.

Envenenadora de oídos

Todo me lo cuenta al pasar, casi como al descuido, al final o en el medio de lo que ella quiere hacerme creer que es lo importante. Pero yo sé que lo otro, eso que dice empezando por un ¿sabés lo que me pasó el otro día?, una pavada, te vas a reír, en verdad eso es lo importante. Le lleva un buen rato elaborar, pensar cómo va a decírmelo, cómo va a metérmelo gota a gota en el oído.
Me lo cuenta esperando una reacción, un sobresalto, un tambaleo. No importa que yo le haya dicho miles de veces que ya no me interesa, que en nada me modificará.
Entonces cambia de estrategia. Al principio era mucho más burda, de pronto no podía guardarse una pregunta que quién sabe cuánto tiempo atrás venía rumiando. ¿Y ahora qué harías si aparece arrepentido?
Conozco esas trampas, son las trampas que cualquier mujer un poco histérica, y de Freud para acá todas lo somos, se hace. Estoy preparada para un ataque como ese. Ante mi respuesta firme, cambia de táctica.
Como supuestamente a mí nada de eso me movería una pestaña, ella puede contarme si lo vio, dónde, a qué hora, con quién, qué cara tenía y demás. Con total libertad hace comentarios, reflexiona en voz alta, elucubra, todo con el mismo objetivo. Metérmelo en el pensamiento, casi diría, a diario. Intenta que llegue a mi cabeza a través de la oreja, por donde ella se encarga con esmero de introducirme sus inocentes dichos. Dichos en colores y con sonido estéreo.  

Celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima- dijo
-Y anda bien- le pregunté
-Atrasa un poco- reconoció.

                                                                                                 Eduardo Galeano  "El libro de los abrazos"

Brevedades

I
Esa mujer sabía que su nueva alumna había sido la esposa del hombre del que había estado muy enamorada.
Contaba con esa ventaja y se daba cuenta de que si la aceptaba en el grupo corría un riesgo. ¿Podría mantener el secreto? No estaba acostumbrada a fingir. Sin embargo, lo hizo por un tiempo, pero en cada clase se ponía muy nerviosa y paradójicamente eso la volvía más lúcida y locuaz. Siempre le había pasado, los nervios la ponían así.
Lo pensó, lo pensó mucho y decidió decírselo.
Con cualquier pretexto, la citó en un café del pueblo y se lo dijo. Por primera vez le vio aquella expresión. Algo que la transformaba casi en lo opuesto a lo que parecía. Pero no le dio importancia a ese chispazo que cruzó, por un instante, la cara a la otra. Enseguida se recompuso y  volvió a ser la misma, cálida, afectuosa, objetiva y controlada.
Durante meses se trataron como verdaderas amigas y esa mujer pensó que había hecho bien en decírselo, se ponía en lugar de la otra y estaba segura de que, en su lugar, ella también hubiera sabido valorar el gesto.
Las dos estaban del mismo lado. Al fin de cuentas, coincidían en muchas cosas, las dos vivían en el mismo pueblo y las dos habían sido engañadas por el mismo hombre.