Hay
una imagen de mi infancia que persiste:
una torre de cuentitos. No
sé
por qué, pero así los guardábamos, y
cuando la torre
era de mi
tamaño,
hacíamos otra. Supongo que no habría lugar en mi casa para
guardar
mis cuentitos,
o yo no tendría una biblioteca. O quizá mi
madre
los
ponía de ese modo para que los tuviera más a mano.
Me
veo a mí misma con cuatro
años explorando esa torre-biblioteca,
sacando,
poniendo y volviendo a sacar. Sin saber leer, ya sabiendo
de
memoria, aprendiendo las letras, muriéndome por saber.
Más
tarde el modular, ese mueble con varias funciones, entre otras:
biblioteca.
Un sector que ,de entrada, ya era chico.