lunes, 13 de julio de 2015

Lolita

Hace una semana murió Lolita.
Una vez más sé que todo puede cambiar de un momento a otro.
Que las cosas importantes que forman parte de nuestra vida desparecen, que todo termina.
Lo sabía pero me olvidé. Y cuando vuelvo a saberlo tengo miedo.
No hay consuelo al principio cuando la muerte llega.
Es una oscuridad, es un desastre, un agujero que nos traga, una tristeza grande que no da lugar a nada más.
Es un alivio también porque se termina algo que resultaba insoportable, la sola idea de que un ser tan inocente y hermoso pudiera sufrir.
Saber que ya no es más, que ya no más saludos, ni saltos, ni ladridos, ni correr, ni esplendor en la hierba (así decíamos cuando se revolcaba por el pasto), ni nada, nada de nada.

Gente de mi barrio

Vivo en un pueblo, aunque sea una ciudad. Adonde vivo ahora, es más pueblo todavía.
Y viví un tiempo en Turdera, que es un capítulo aparte.
Yo creo que Turdera es un microcosmos, y que no hay nada mejor para sentirse bueno y feliz que darse una vueltita por Turdera.
Pero volviendo a mi barrio, aquí también hay muchos motivos para ser felices y mucha gente hermosa y peculiar.
Para empezar, mis diarieros. Mis diarieros son una pareja de hermanos, Al modo de Casa tomada, casi diría, pero con menos dinero. Ellos no reciben la renta de los campos ni los libros de Francia, ellos viven el día a día, levantándose de madrugada para abrir el puesto. El puesto parece un pequeño mundo, el mundo de ella. Que no sé cómo se llama.
Cuando yo iba con mi hijita bebé, en el cochecito, ella un día salió de su pequeño mundo y entonces, en toda ella gorda y abrigada, vi dos ojos tan celestes que de sólo mirarlos me hicieron bien. Algo se iluminó en ella cuando vio a mi hija.

Madre añosa

I. ¿Estoy embarazada? ¡Estoy embarazada! Estoy embarazada ¿y qué?

Eso es lo que me pasó a mi, a los 44 años, quedé embarazada, ¿y qué?
Cuando una tiene 44 años y queda embarazada, en algún momento escuchará este adjetivo al lado de la palabra madre. El adjetivo que no da vida mata, decía Unamuno.
Pero “añosa” además de ser un adjetivo es todo un compendio de significados. Tan es asi, que podría transformarse en un significante, si una se dejara dominar por tan cruel palabreja
y se sintiera así, como intenta sugerir dicho adjetivo.
Es algo así como la “cicatriz rencorosa” de Borges, salvando la temática y las distancias entre esta humilde autora y el maestro.
La cuestión es que quedar embarazada a los 44 años trae aparejado una serie de acontecimientos.
Lo primero, una confusión, porque una no piensa ni por las tapas que está embarazada, Más bien cree que ingresó abruptamente en lo que algunos médicos amorosos denominan “declive hormonal”, pensando que es menos brutal que decir: “Señora, entró en la menopausia”. El declive suena como el camino hacia…un precipicio, ¿o no?

Tengo suerte

Así se manejan ustedes, en grupo, ¿no?
Y sí, no podía negarlo.
Nosotras somos las mujeres, así nombradas, como una sola cosa, una masa compacta de mujeres solas que nos movemos en grupo, para salir, para no estar tan solas, para animarnos a ir a bailar, que fue lo que hicimos las tres, este sábado a la noche. Para sacarnos la mufa, escuchar música, bailar, y si daba, conocer a alguien. Porque no nos engañemos, también vamos para eso.
Alberto se llama el fulano. Y yo no puedo creer que después de estar un rato “planchando” como las peores, aparezca Alberto (que todavía no sé que se llama así, por supuesto). Buen aspecto: saco, camisa, limpito, a decir de mi amiga Paula, que suele estar pendiente de la higiene y el perfume de los caballeros; y algo que me gustó: canoso y de anteojos, no es un niño y tal vez leyó mucho.