domingo, 30 de agosto de 2015

Más Isidoro Blaistein : LA FELICIDAD

TODO COMENZÓ CUANDO AL PETISO y a mí nos echaron de nuestras casas. Ya habíamos agotado todas las posibilidades de conseguir un trabajo remunerativo y estable. Ya habíamos hecho ocho sociedades distintas y todas habían fracasado. La última había sido un taller de fotocopias en una calle perdida donde no pasaba ni un alma. Cuando resolvimos ponernos de empleados, ya el germen del cansancio había madurado casi simultáneamente en nuestras esposas.
      De manera que, habiéndonos perdido la confianza, tuvimos que irnos. El Petiso fue a parar a casa de la abuelita, y yo a la de una hermana.
      Establecimos no vernos más. Quedarnos cada uno en su refugio y no intentar ninguna sociedad. Pero sucedió una cosa rara. Nos encontramos.
      A los dos nos habían echado del empleo. El Petiso perdió su puesto de gasista y yo el de fotógrafo. No porque fuéramos incompetentes, sino por exceso de celo. El Petiso iba a una casa a colocar una estufa, y al rato ya era amigo de la señora, y le arreglaba la luz, le hacía un plano para la decoración, le cambiaba los muebles y le desarmaba el lavarropas. Y claro, se le iba la tarde.