Me lo cuenta esperando una reacción, un sobresalto, un tambaleo. No importa que yo le haya dicho miles de veces que ya no me interesa, que en nada me modificará.
Entonces cambia de estrategia. Al principio era mucho más burda, de pronto no podía guardarse una pregunta que quién sabe cuánto tiempo atrás venía rumiando. ¿Y ahora qué harías si aparece arrepentido?
Conozco esas trampas, son las trampas que cualquier mujer un poco histérica, y de Freud para acá todas lo somos, se hace. Estoy preparada para un ataque como ese. Ante mi respuesta firme, cambia de táctica.
Como supuestamente a mí nada de eso me movería una pestaña, ella puede contarme si lo vio, dónde, a qué hora, con quién, qué cara tenía y demás. Con total libertad hace comentarios, reflexiona en voz alta, elucubra, todo con el mismo objetivo. Metérmelo en el pensamiento, casi diría, a diario. Intenta que llegue a mi cabeza a través de la oreja, por donde ella se encarga con esmero de introducirme sus inocentes dichos. Dichos en colores y con sonido estéreo.
Su frondosa imaginación le ha desarrollado un largo estudio sobre los vaivenes emotivos de este hombre del que una vez estuve enamorada. Está convencida de que si ronda mi zona, mi cuadra, y hasta mi calle, es porque se ha arrepentido, porque ahora que yo estoy con otro se debe querer morir, porque no sabe si ya vivo con él o no, y eso lo debe tener intrigadísimo.
La curiosidad ha matado a más de uno dicen. Así que por más que se me desenrolle el ombligo de intriga, me quedo impávida, repitiendo frases tan inocentes como sus comentarios. Y bueno, no tendrá otra cosa mejor que hacer. A lo mejor ni se da cuenta de que pasa por acá, siempre fue muy distraído. Y así.
Pero eso no importa. Ella es inmune a lo que le digo. Cambia de tema y al ratito, vuelve a la carga. Que fulano que se encontró caminando junto a perengano, le contó que sultano supo por otro amigo en común que él está solo y deprimido. Que es evidente en su aspecto, ¿cuándo antes lo viste con barba?
Si mi indiferencia la frustra descansa un poco, o tal vez intenta con su silencio alimentar el enigma. Que le pregunte o le diga algo al respecto. Pero no tolera mi silencio, a los dos o tres días, o a lo sumo una semana, trae una nueva noticia que ha tenido la casualidad de conocer.
Sé que no miente, que hay algo de verdad en lo que dice, que cuando se está a la pesca de noticias en un pueblo chico siempre se encuentran novedades.
Sé que por mi oído entra de a gotas el veneno de sus intrigas y que lo saboreo casi con desdén, como quien está harto del chocolate o las pastillas de menta. Admiro su tenacidad, su artilugio para recibir, procesar y verter de a pequeñas dosis la ponzoña de la inquina. Me da fastidio y a la vez pena que tanto trabajo caiga en saco roto. Tal vez porque ya estuve ahí, donde ahora está ella, imaginando, elucubrando, sacando conclusiones estériles que el paso del tiempo entierran en el olvido. Por eso, y porque lo disfruto, le presto mi oído inmune a sus palabras, le regalo casi con ternura mis dos oídos para que a sus palabras no se las lleve el viento.
Patricia Saccomano
No hay comentarios :
Publicar un comentario