martes, 11 de agosto de 2015

ENCONTRAR EL SENTIDO AL FINAL


“Quiero la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano conciente y sincero. Al comprenderme a mí misma quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de hacer…trabajar con mis manos, mi corazón y mi cerebro. Quisiera tener un jardín, una casita, hierba, animales, libros, cuadros, música. Y sacar de todo esto lo que quiero escribir, expresar todas esas cosas…Quiero vivir la vida cálida, anhelante, viva, tener raíces en la vida, aprender, desear, saber, sentir, pensar, actuar, eso es lo que quiero, a donde debo tratar de llegar”.

 Días antes de morir Katherine Mansfield escribió estas palabras en su diario. Al leerlas siento pena por ella, pienso: ¡tenía tantas ganas de vivir!, parece que había encontrado los motivos, el verdadero para qué de su vida. Hace pocos días subimos su cuento “El canario”, el último cuento completo que escribiría, antes de morir en Fointainebleau el 9 de enero de 1923, a los 35 años.
¿Qué es el cuento sino el recuerdo de una vida? Una pequeña vida que le hace compañía al personaje, esta dueña de pensión, y que le da cierto sentido a su vida. El clavo en la pared le recuerda su antiguo compañero, le hace más evidente su ausencia, le dice a cada momento que él ya no está. Es cierto, viven poquito los canarios. Y es cierto que se puede querer mucho a esos pequeños seres. Porque el cuento también nos habla del verdadero e inexplicable amor que esta señora siente por el pájaro. Fue corta la vida de esta escritora que empieza como “por accidente”, su madre esperaba un varón, así que ella no encajó de entrada en el mundo que la recibiría. Como no encajaba nada de lo que hacía, ni sus deseos de estudiar, ni sus elecciones amorosas, ni las vidas truncadas que no pudo engendrar (dos veces quedó embarazada y las dos veces perdió esos embarazos). Ni su deseo de ser música (tocaba el violoncello), ni su voluntad de escritora que se topaba con el rechazo de casi todas las editoriales que recorría, parecían encajar con el mundo destinado a Katherine. Ni los lugares geográficos, de Australia a Londres, Alemania, Francia, ningún sitio parecía dispuesto a albergarla. Ni los amores, Middleton quizá fue quien más la alojó, a pesar de que su relación personal se truncó varias veces, no la abandonaba, era quien le publicaba y quien estuvo cerca en el final. Cuando uno lee su biografía adivina el sufrimiento. Todo parece en ella destinado al fracaso, trunco, con el sello del final prematuro desde el inicio. La muerte de su hermano dilecto fue quizá de los golpes más fuertes que recibió. Su madre terminó desheredándola y no volvió a verla. Pobre y sola andaba por el mundo escribiendo, buscando dónde publicar sus escritos, intentando vivir. La enfermedad la visitó desde muy joven y no le dio muchas opciones. De todas maneras, ella tiene la lucidez de escribir esas palabras que cito en el epígrafe, en su diario, unos días antes. Párrafo epifánico, casi una revelación. Y tan simple. Como si se pudiera decir: ¡pero si de esto se trataba vivir! Parece tan fácil. 
Mientras tomaba notas de lo que leía para escribir estas palabras sobre Mansfield, anoté varias cosas que me hicieron tener de entrada la pista que quería seguir: 
Muerte prematura. Saber la propia muerte. Pensar en la muerte, cuando tengo que escribir sobre su vida. Morir cuando se encuentra el sentido de la vida. 
Luego releí el cuento. Y mientras leía sobre ella, descubrí que fue el último cuento escrito completo, terminado. Un cuento que también habla sobre el misterio de la vida, aquello que le da sentido y que a la vez, no se puede explicar muy bien. 

“ (…) Sin embargo, a pesar de que no soy melancólica y de que no suelo dejarme llevar por los recuerdos y la tristeza, reconozco que hay algo triste en la vida. Es difícil definir lo que es. No hablo del dolor que todos conocemos, como son la enfermedad, la pobreza y la muerte, no: es otra cosa distinta. Está en nosotros profunda, muy profunda: forma parte de nuestro ser al modo de nuestra respiración. Aunque trabaje mucho y me canse, no tengo más que detenerme para saber que ahí está esperándome. A menudo me pregunto si todo el mundo siente eso mismo. ¿Quién lo puede saber? Pero ¿no es asombroso que, en su canto dulce y alegre, era esa tristeza, ese no sé qué lo que yo sentía? (…)” 
  
Afortunadamente, y con todas las adversidades, con todo en contra podríamos decir, Katherine Mansfield escribió y nos dejó una cantidad de hermosos cuentos. Una escritura de una sensibilidad, de un uso exquisito del lenguaje, de reparar en detalles en apariencia insignificantes, una literatura que recurre a lo pequeño de lo cotidiano para hablar de lo profundo y misterioso de la vida. La han comparado con Chejov y yo creo que es válida la comparación, válida pero insuficiente, como todas las comparaciones. La Mansfield tiene un sello que la distingue, algo del orden de la exquisitez, del refinamiento, una mirada que puede ver la grandeza en las pequeñeces de todos los días, y contarlo con belleza.
 Patricia Saccomano

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