viernes, 7 de agosto de 2015

LA PLANTITA

Cuando mi sobrino Eufemio, que vivía conmigo, cumplió 20 años, estábamos a 28 del mes y yo no cobraba hasta el 5 del siguiente. Así que me fui hasta un vivero japonés de la otra cuadra, muy barato, porque yo sabía que a él le chiflaban las plantas.
De entrada, nomás, la vi y me atrajo. Era una hermosa y exótica plantita, cuyo cartelito rezaba un nombre en latín que no me dijo nada, y un nombre en japonés que me dijo menos. Pero más abajo decía "1 $" , y eso sí lo entendí.
Eufemio se puso tan feliz cuando la vio, que mi conciencia culposa tuvo que callarse la boca.
La plantita era roja y tenía zonas tan mórbidamente aterciopeladas, que invitaban a tocarla. Pero cuando Eufemio la tocó, ella le mordió el dedo. Suavemente , debo reconocerlo. Y en ese momento vimos la verdad , la exótica verdad : era una planta carnívora. Eufemio, a estas alturas, estaba totalmente subyugado. Colocó a la maravilla botánica en un sitio de honor en el patio, y comenzó a alimentarla con hamburguesas, asado con cuero, y pollo al horno. Ella, chochísima , se comía todo. Claro que, a veces , se empachaba. Pero él había aprendido a tirarle del cuerito de una bolsita que ella tenía en el tallo, y enseguida se ponía bien.
Cuando llegó el frío, él la llevó al living y la colocó junto a la mesita de los retratos de la familia.
Pasaban los días y ella se ponía más y más rozagante y frondosa. Y, todo hay que decirlo, muy coqueta. Cuando se acercaba un muchacho (le gustaban mucho los de tipo atlético), se erguía con movimientos voluptuosos, y exhalaba un perfume denso y envolvente, mientras abría y cerraba, provocativa, su cavidad aterciopelada.
Pero, un día, comenzó a amustiarse. Me apenaba verla pálida, agobiada e inapetente. Por eso, pese a mi escasa versación en psicología botánica, pude diagnosticar sin dudar : depresión vegetal aguda por causas desconocidas. Por supuesto, Eufemio, babieca como todos los machos en general, y los vernáculos en particular, no notaba nada. Seguía dándole cornalitos fritos y albóndigas con puré. Que ella ni probaba.
Pero yo sí la observaba. Y noté que cuando no había nadie cerca, se inclinaba hacia el retrato de Eufemio (en el que él sonreía canchero, vestido de rugbier), y, suspirando, temblorosa, dejaba caer una lágrima transparente sobre la mesita. Después, giraba hacia el retrato de Inesita, la novia de él, y le escupía una sustancia viscosa y negra, que chorreaba sobre el retrato y enchastraba la carpetita de ñanduty.
Yo estaba muy preocupada por su salud mental y psicofísica. Además, empezó a invadirme una sospecha inquietante. Probé cambiarle la dieta y la comprobé : se había vuelto vegetariana. Pero, encima, la ex-carnívora, poco y nada comía. Un poquito de ensalada, un bocadito de budín de acelga, y unas cucharadas de sopa con fideítos. Hasta que un día, cuando la obligué a tomar una cucharada de sopa con cabellos de ángel, me la escupió en la cara.
Y a los dos días, la sorprendí tratando de comerse a sí misma . Ya iba por la tercer hojita.
Con la misma angustia que una madre (o una tía) ve al niñito de sus ojos hacer equilibrio en la punta de la antena del techo, comprendí que ella trataba de suicidarse. Había que hacer algo. Así que convoqué con urgencia a un concejo de familia, y lo discutimos. Mi hermano Feliciano, entonces, sugirió que le espolvoreáramos pimienta, que no le gustaba nada, para que no pudiera comerse. Pero esa propuesta no prosperó.
Pero Eufemio enseguida supo lo que tenía que hacer. Debo reconocer que, una vez puesto en acción, mi sobrino es eficiente. Enseguida salió, y volvió con un hermoso y joven sauce llorón, que plantó en el fondo. Después llevó la maceta de ella junto al sauce, y la dejó.
Al principio, abismada en su pena de amor no correspondido , ella pasó largos días sin reaccionar. Pero, luego de varias semanas en que el sauce, inclaudicable, le llorara infinitos poemas de amor, ella comenzó a revivir.
Empezó a comer, desganada, algunas moscas. Más tarde, varias luciérnagas y finalmente cuanto bicho se acercaba desprevenido. Vivieron, entonces, un luminoso romance, que yo espiaba, entre envidiosa y emocionada, desde atrás de la Santa Rita.
Al poco tiempo , de ese romance, han nacido unas plantitas muy bonitas, que sólo lloran cuando tienen hambre, pero se calman comiendo bananas con huevo frito . Eso sí : con bastante roquefort.
Porque ellas sí son vegetarianas, más bien ovo-lacto-vegetarianas, pero de paladar muy exigente.
Silvia Ele

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