En
marzo de 1917 Leonard y Virginia compraron una pequeña
imprenta
manual. Este acontecimiento fue definitivo en sus vidas
porque
les permitió comenzar a imprimir y apasionarse en esta tarea,
que
dio lugar a la formación de The Hogarth Press, donde editarían
textos
propios, de sus amigos y de personalidades como el mismo
Sigmund
Freud, Lytton Strachey y tantos otros.
Respecto
a la tarea de imprimir Virginia escribió en una carta a
Margaret
Llewelyn Davies:
“No
podemos parar, y veo que el imprimir puede llegar a absorberte
la
vida por completo”. “Tras dos horas de trabajo en la prensa,
Leonard
exhaló un terrible suspiro y dijo: ‘Ojalá nunca hubiésemos
comprado
este maldito artefacto’. Para mi alivio, aunque no para mi
sorpresa,
añadió: ‘Porque nunca volveré a hacer ninguna otra cosa’.
No
puedes imaginarte, lo excitante, ennoblecedor y satisfactorio que
Lo
primero que publicaron fue un pequeño libro con textos de Virginia
y
Leonard, Two Stories, contenía el relato “Three Jews” (Tres
judíos)
de
Leonard Woolf y “The Mark on the Wall” (La marca en la pared),
de
Virginia Woolf.
“Lo
unimos cosiéndolo a tapas de papel. Nos tomó bastante trabajo
conseguir
un tipo de papel japonés alegre y original para las
cubiertas.
Durante varios años nos tomamos mucho tiempo y
molestias
en buscar papel hermoso y poco común, a veces alegre,
para
nuestros libros, y como primeros editores en hacer esto, creo
que
comenzamos una moda que siguieron muchos de los viejos
editores
ya establecidos”
Este
modo de editar sus propios libros le permitió a Virginia participar
de
todo el proceso creativo, donde muchas veces incluyó a su
hermana,
Vanessa Bell, que con sus grabados, dibujos y pinturas,
ilustraba
las tapas.
Aunque en este caso, la cubierta fue diseñada por Dora Carrington.
La marca en la pared, es un relato que recuerdo bien. Lo leí por
primera vez hace muchos años, de la edición Relatos Completos,
Virginia Woolf, Alianza Literatura, un hermoso libro que me compré
después de buscarlo bastante, en ese momento estaba agotado.
Es de esos libros que atesoro, que tengo en la biblioteca cerca de mi
cama, para poder leerlo y volver a leer cuando quiero.
Lo primero que me llamó la atención del relato es la posibilidad de
pensar libre y azarosamente a partir de un disparador, en este caso,
una marca en la pared, que el narrador es que no se sabe qué es, un
punto negro que al contemplarlo evoca una serie de pensamientos,
lo que se ha llamado el fluir o devenir de la conciencia. Algo que
todos hemos hecho alguna vez, tirados en un cuarto, una tarde de
calor donde se hizo imposible la siesta, o una noche de insomnio con
el velador encendido y las sombras acechando. Por lo menos para mí
era una experiencia conocida.
Se intuye que algo se propone la autora, alterar en principio, aquello
de contar una historia, con un propósito, un conflicto. Al parecer,
comienza a no importarle tanto qué contar sino cómo contarlo.
Dejarse llevar por las palabras, sin saber claramente adónde se va.
De hecho, queda claro al terminar el relato, que al personaje no le
importa el origen de la marca, aunque en un principio pareciera que
sí, porque decide permanecer pensando, pensándose podríamos
decir, y postergar el descubrimiento que se devela al final pero que
no es importante en sí mismo.
La marca en la pared, es un relato que recuerdo bien. Lo leí por
primera vez hace muchos años, de la edición Relatos Completos,
Virginia Woolf, Alianza Literatura, un hermoso libro que me compré
después de buscarlo bastante, en ese momento estaba agotado.
Es de esos libros que atesoro, que tengo en la biblioteca cerca de mi
cama, para poder leerlo y volver a leer cuando quiero.
Lo primero que me llamó la atención del relato es la posibilidad de
pensar libre y azarosamente a partir de un disparador, en este caso,
una marca en la pared, que el narrador es que no se sabe qué es, un
punto negro que al contemplarlo evoca una serie de pensamientos,
lo que se ha llamado el fluir o devenir de la conciencia. Algo que
todos hemos hecho alguna vez, tirados en un cuarto, una tarde de
calor donde se hizo imposible la siesta, o una noche de insomnio con
el velador encendido y las sombras acechando. Por lo menos para mí
era una experiencia conocida.
Se intuye que algo se propone la autora, alterar en principio, aquello
de contar una historia, con un propósito, un conflicto. Al parecer,
comienza a no importarle tanto qué contar sino cómo contarlo.
Dejarse llevar por las palabras, sin saber claramente adónde se va.
De hecho, queda claro al terminar el relato, que al personaje no le
importa el origen de la marca, aunque en un principio pareciera que
sí, porque decide permanecer pensando, pensándose podríamos
decir, y postergar el descubrimiento que se devela al final pero que
no es importante en sí mismo.
En la introducción a los Relatos completos, que cité antes, Susan Dick
dice: “Con ‘La marca en la pared’ Woolf inicia una nueva e importante
etapa en su trayectoria literaria. Escribió este relato en 1917,
mientras terminaba su segunda novela, Noche y día (1919) (….)
‘Nunca olvidaré, le dice a Ethel Smith, ‘el día en que escribí La marca
en la pared…de un tirón, como flotando, tras meses de esfuerzo
agotador’.
Les recomiendo leer el relato, a quienes no lo conozcan, por supuesto.
Estas breves reflexiones se van encadenando en mí, gracias a la
lectura de Virginia Woolf, La vida por escrito, de Irene Chikiar Bauer.
Patricia Saccomano
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