Cuando Cecilio, el ángel de los pianistas, fue santificado, pasó a llamarse Santo Cecilio. Era muy dedicado en su misión de proteger y ayudar a los pianistas. Porque también los ayudaba. Permanentemente sostenía un caracol con la mano derecha, cerca de su oreja derecha, para oir mejor la música que sus protegidos ejecutaban, mientras que con la mano izquierda marcaba el ritmo que correspondía a esa música. Lo cual, si bien, por un lado, era una ayuda, siempre llegaba un momento en que alguno de sus protegidos, como en este caso Ifigenia Rosaura, la niña de esta foto, se hartaba y, no hallando otro elemento a mano, le arrojaba, por ejemplo, un candelabro de los que se usaban en el piano para iluminar la partitura. Que fue lo que pasó después de haber sido tomada la foto ut-supra mostrada.
Pero Santo Cecilio (que no en vano era un santo) no se enojaba ni desistía de su noble tarea. Y volvía al día siguiente, lleno de curitas, y un ojo morado, pero firme en sus ansias de excelencia en sus protegidos.
Photoshop y texto de Silvia Ele
(Se aconseja al público espectador que, para poder apreciar mejor la imagen mostrada, apoye en ella el cursor que tendrá forma de manito, y haga clic. De ese modo la verá en su tamaño original)
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