lunes, 13 de julio de 2015

Gente de mi barrio

Vivo en un pueblo, aunque sea una ciudad. Adonde vivo ahora, es más pueblo todavía.
Y viví un tiempo en Turdera, que es un capítulo aparte.
Yo creo que Turdera es un microcosmos, y que no hay nada mejor para sentirse bueno y feliz que darse una vueltita por Turdera.
Pero volviendo a mi barrio, aquí también hay muchos motivos para ser felices y mucha gente hermosa y peculiar.
Para empezar, mis diarieros. Mis diarieros son una pareja de hermanos, Al modo de Casa tomada, casi diría, pero con menos dinero. Ellos no reciben la renta de los campos ni los libros de Francia, ellos viven el día a día, levantándose de madrugada para abrir el puesto. El puesto parece un pequeño mundo, el mundo de ella. Que no sé cómo se llama.
Cuando yo iba con mi hijita bebé, en el cochecito, ella un día salió de su pequeño mundo y entonces, en toda ella gorda y abrigada, vi dos ojos tan celestes que de sólo mirarlos me hicieron bien. Algo se iluminó en ella cuando vio a mi hija.

¿Me la dejás ver?
Claro.
Es hermosa. Se le llenaron los ojitos celestes de lágrimas.  Pensé que alguna vez tuvo un hijito y que sus padres la hicieron abortar porque era muy joven, y después de eso nunca más se enamoró. Odié a esos padres.
Mi diariera está contenta porque yo siempre voy con mi hija pequeña, que ya tiene tres años y la conoce y ha dejado de mirarla con el susto con el que la miraba al principio.
Mi diariera tiene un hermano, que es quien hace el reparto en bicicleta y todos los viernes me trae la revista literaria. Nunca hablé con él, tampoco sé su nombre, a veces lo veo pasar como a una sombra, rápido, siempre montado en la bici, por el barrio.
Cuando mi diarera se enteró de que soy psicóloga me contó que su hermano está enfermo y la medicación que toma y una serie de dolencias. Y me contó también que están solos desde que murieron sus padres. Así se los ve, huérfanos en su pequeño mundo.Con ella compartimos una pequeña charla cada vez que voy a pagar, y cada vez, además de pagarle suelo comprar revistas o libros para mi hija, alguna revista de tejido o le encargo los suplementos que promete la revista literaria.
A veces no tengo ganas de hablar o estoy apurada porque tengo que hacer algo muy importante como comprar flores, o un remedio, o llevar a mi hija al tobogán. Pero nunca puedo mezquinar esa charla, que nos hace
bien a las dos.Cuando nos vamos, mi pequeña hija la saluda con la mano.
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Los chinos del barrio
Los chinos de mi barrio son chinos de verdad, quiero decir no son coreanos o de otra parte y simplemente por su aspecto le decimos chinos. Son chinos.
Cuando pusieron el súper, había gran expectativa en el barrio, y gran enojo en el almacén del gallego. Todo parecía tan lindo y lujoso. Prometieron ofertas, y la parte de los vinos estaba puesta con todo. Cuando abrieron, las expectativas se cumplieron. Ahora vamos naturalmente, a comprar todo lo que surge en el día que quedó fuera de la compra grande del supermercado.
Son una pareja joven con una bebita divina que pasa gran parte del tiempo en un carro, jugando, con paquetes de fideos y latas de tomate. Sonríe a todos y se la ve muy feliz.
Él siempre está en la caja. Tengo por costumbre preguntarle cómo está y él me dice: bien y vos? Yo le digo, bien o maso, o me duele la espalda, y él se ríe. No es mezquino con las bolsitas y siempre le regala un caramelo a mi pequeña hija. O me hace un comentario acerca de ella. Es muy amable y servicial.
Allí trabaja un muchacho como repositor, que me acompaña hasta el auto con las cajas cuando compro más de la cuenta.
De curiosa le pregunté: ¿qué tal los jefes?
Buenísimos, estoy hace seis meses, son los jefes chinos que uno siempre quiso tener.Ella es dulce y muy femenina, una mamá atenta que mientras cambia precios mira a su bebita que tiene a su lado en el carrito. Siempre sonríe y yo sospecho que entiende mucho menos el idioma que su esposo, pero no le preocupa, porque está ocupada con su beba y su trabajo.
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Mi modista
Descubrimos el local un día caminando con alguna de mis hijas mayores. En casa siempre se necesita cambiar un cierre, achicar o agrandar un pantalón, reponer un elástico.Ella fuma mucho, tal vez demasiado. En el pequeño local, el aire tiene otra densidad. Es un local adonde también vende ropa, sacos, sweaters, pantalones, calzas, y vestidos largos con brillos para alguna fiesta.
En lo de la modista siempre hay gente, son vecinas del barrio que van a tomar mate, y le dan charla mientras Irene le da a la máquina. Irene siempre está con su hija Tere. Tere tiene cincuenta años y es discapacitada mental. Un día Irene me contó toda la historia. De chiquita era malísima. Cuesta imaginar que esa señora con cara de buena, sonriente y gordita, haya sido alguna vez una niña mala.
Conseguí un psiquiatra que dio en la tecla. Pero antes de eso, pasé años durmiendo toda la noche en un colchón tirada en el piso al lado de ella, le daban ataques.
Irene es flaquita, la mitad de Tere, y mientras me lo cuenta, Tere la mira y me mira, y luego sonríe.
Las dos se ponen muy contentas y juegan con mi hija pequeña que toca todo y hace comentarios acerca de los vestidos con muchos brillos que son los que le encantan.
A todas nos gusta ir, y traer solucionados nuestros temas de costura.Algunos días Irene va al centro a comprar ropa. Tengo la impresión de que disfruta de esas salidas, algo se ilumina en sus ojos cuando me cuenta. Me la imagino sola, lejos del barrio, mirando vidrieras, entrando en un bar a tomar un cafecito, para volver antes de que se haga muy tarde a tomar el tren que la traiga de vuelta.
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La verdulería
Cuando yo era adolescente mi papá tenía carnicería y verdulería. Y yo atendía la verdulería los fines de semana, cuando no iba a la escuela.
Sé cómo esconder la parte cachadita de la fruta para que no se vea yencajársela a las viejas más molestas. Así les decía yo en aquel entonces a las señoras mayores.
En mi barrio hay varias verdulerías y no voy a una sola. Es como si no le pudiera ser fiel sólo a una.Muy cerca tengo una que es atendida por varones, todos muy jóvenes.
Uno de ellos el más caradura y simpático, es muy lector,siempre anda con un libro en la mano y me pide si yo le presto tal o cual libro y yo siempre le respondo lo mismo: ni loca, hacéte socio de la biblioteca, es gratis.
Esto se lo digo por varios motivos, en primer lugar, porque estoy harta de que no me devuelvan los libros. Y también porque creo que sería bueno que entrara a una biblioteca.
Él dice que es el novio de mi hija mayor, a la cual confunde con la del medio, así que nunca sé a cuál se refiere, y él menos.
A veces van las chicas y hacen un pedido que trae el más gordito en bicicleta. El más gordito es un amor de dulce, tranquilo y siempre contento. Por más que haga un frío polar y él tenga que acomodar montones de manzanas y mandarinas.

Unas cuadras más lejos está la verdulería que más me gusta: la de LE-TI. Así dice el cartel. Leti trabaja todo el día, en el piso de la verdulería se podría comer, está mucho más limpio que el del comedor diario de mi casa. La fruta y la verdura que vende es sencillamente MARAVILLOSA. Brilla, está limpita y todo a punto, como si cada manzana la frotara con un trapito antes de acomodarla en los cajones.Entro y me dan ganas de cocinar.
Hay carteles interesantes: NO APRETAR LA FRUTA NI LA VERDURA.
Son las que yo llamaba viejas molestas las que hacen eso.Leti está con su marido y su hija, que siempre está estudiando sin ganas de estudiar.
Leti sonríe y tiene buen carácter, paciencia, y una cara de buena que costaría imitar. Su marido en cambio, ni idea como se llama, es como esos perros vagabundos que asustan un poco, hasta que se les da una caricia. Claro que yo no ando dándole caricias al verdulero. Quiero decir, que con una palabra, el tipo se afloja. Tiene unos movimientos extraños, sutiles, que pienso se deben a alguna medicación que toma. No sé cómo, porque nunca sé bien cómo comienzan los diálogos, un día Leti me contó que su marido tiene Parkinson. ¡A los 35 años! Pienso que tengo cara de oreja, o un cartel que dice: psicóloga, porque la gente me
cuenta naturalmente estas cosas. Me impactó lo que me dijo.
Es hereditario, igual que su abuelo.Pensé lo que solemos pensar en esos momentos, y luego olvidamos, al llegar a casa, que a veces me quejo de boluda y desagradecida que soy.
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El verdulero de Turdera
Es un genio. Medio hippie, medio pelo largo (el otro medio pelado) y con un perro Golden divino que se llama Lennon. Lo veo a veces cuando ando con el auto por Turdera.Me da no sé qué bajarme a saludarlo.Le tengo especial cariño porque es un padre que crió solo a sus hijos. También me lo contó. La verdulería es muy pequeña pero bien surtida, como muy artesanal. Y también vende aceite, tomate en lata, y esas cosas que uno se olvida y es genial encontrar en la verdulería sin tener que ir al almacén.
Cuando mi última hija nació y yo estaba de licencia en el trabajo, era un placer salir con ella en el cochecito las mañanas de sol. El recorrido incluía siempre la verdulería. Lennon se acercaba al cochecito y husmeaba con el hocico a mi beba, el primer día lo debo haber mirado con terror al verdulero.
No le va a hacer nada, quiere sacarle el sonajero pero no lo va a hacer.Y así fue.
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Pescadoooor!!!!!!!!!!!!!!
Los jueves pasa el vendedor de pescado, en una camioneta F100 70 o 72, impecable, celeste clarito.El pescador es un señor de pelo grande que viene con un ayudante más joven que es quien pesa y envuelve el pescado, en una bolsita y luego en papel de diario.El pescado es fresco y exquisito, como recién sacado del mar. Cuando no nos vamos más temprano, compramos y ese día disfrutamos del rico manjar.
Si estoy en casa, lo espero, trato de vestirme o de ponerme una campera larga sobre el pantalón pijama (en mi barrio todos salimos en pijama a comprar pescado), y corro ni bien lo escucho venir por la esquina.No puedo precisar a qué se debe, pero escucharlo, salir y comprar pescado para la cena, me da una alegría, como un vientito fresco en un día sofocante. Como cuando vamos a Mar del Plata y comemos en el puerto. Un poco de mar, un poco de infancia.
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El carrito de los helados
Cuando mis hijas mayores eran pequeñas, pasaba por la puerta, con una musiquita inconfundible, un señor en bicicleta, que empujaba un carro con una heladera repleta de helados.
Era una delicia escucharlo en esas tardes quietas de 38º. Salíamos corriendo para alcanzarlo y nos tirábamos en el piso a disfrutar los palitos de crema o de agua.
Cuando nos mudamos aquí, con mis hijas ya grandes, y la pequeña, una tarde de esas bochornosas, escuchamos la musiquita aquella. Nos miramos, y muertas de risa e incrédulas, salimos corriendo. Era el mismo señor, con la misma musiquita, que cambió la bici por una camionetita.Los helados son tan ricos como siempre.
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Y en mi barrio también hay una mercería pequeña, que tiene de todo y que la atiende una señora que es capaz de desenredar un hilo de tanza elástica sin perder los estribos y en pocos minutos. Mientras su marido me dice: menos mal que está ella, porque si yo hubiera estado solo, se quedaba sin la tanza.
Hay estaciones de servicio con esos minimercados que me salvan cuando me olvidé de comprar el huevito de chocolate que me pide mi hija.
Hay señoras que barren la vereda a la mañana temprano, y conversan y se hacen compañía, hasta que se hace la hora del almuerzo.
Hay gente que en verano saca la silla a la puerta y toma fresco, porque además así mira la gente que pasa y puede enterarse de quién va y quién viene y es una manera inofensiva de pasar el rato.Hay adolescentes que se reúnen en la esquina a tomar cerveza, y a escuchar música.Hay gente mayor que sale a caminar, que pasa con el diario o el pan, que saca la basura o un ratito al perro a la puerta.
Hay niños que pasan con sus madres y muchos hermanitos pequeños, los grandes ayudan a llevar a los más chicos.
En mi barrio está mi casa, y mi familia.
Patricia Saccomano

2 comentarios :

  1. ¡Qué lindas pinturas de lo cotidiano! Muy entretenidas. Fue como andar por tus calles.
    Fernanda

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    1. Qué suerte que te gustó Fer! y de paso conocés un poco más el sur. Gracias! beso grande

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