lunes, 13 de julio de 2015

Madre añosa

I. ¿Estoy embarazada? ¡Estoy embarazada! Estoy embarazada ¿y qué?

Eso es lo que me pasó a mi, a los 44 años, quedé embarazada, ¿y qué?
Cuando una tiene 44 años y queda embarazada, en algún momento escuchará este adjetivo al lado de la palabra madre. El adjetivo que no da vida mata, decía Unamuno.
Pero “añosa” además de ser un adjetivo es todo un compendio de significados. Tan es asi, que podría transformarse en un significante, si una se dejara dominar por tan cruel palabreja
y se sintiera así, como intenta sugerir dicho adjetivo.
Es algo así como la “cicatriz rencorosa” de Borges, salvando la temática y las distancias entre esta humilde autora y el maestro.
La cuestión es que quedar embarazada a los 44 años trae aparejado una serie de acontecimientos.
Lo primero, una confusión, porque una no piensa ni por las tapas que está embarazada, Más bien cree que ingresó abruptamente en lo que algunos médicos amorosos denominan “declive hormonal”, pensando que es menos brutal que decir: “Señora, entró en la menopausia”. El declive suena como el camino hacia…un precipicio, ¿o no?
Lo segundo es un susto tremendo, nunca la contemplación de dos rayitas puede ser algo asi como la representación gráfica del espanto. Como cuando en el I Ching te salen esos dibujitos en apariencia inofensivos y te pones a leer y aunque no entendes nada, sabés que está todo mal.
Recuperada del cataclismo, una empieza a hacer llamados, a la pareja en primer término, quien tampoco esperaba semejante resultado.
Luego vienen una serie de eventos apresurados, decisiones que serán definitivas y donde se juega el futuro de la criatura por venir, de la pareja, de las criaturas respectivas existentes (si una tiene la suerte de tener ya niños o niñas), y de una misma por supuesto.
La vida, que se pone patas arriba. Cómo decirle, a quien primero, cuándo, de qué manera, adónde vivir, en mi casa en la tuya, alquilar otra, vender, comprar, vender para comprar.
Todo eso ocurre en pocos meses mientras las hormonas hacen de las suyas en nuestro cuerpecito de 44 años, y en nuestras emociones (de la misma cantidad de años, más lo atávico heredado), mientras se tolera con estoicismo toda clase de comentarios, miradas, sugerencias, buenas y malas ondas, preguntas indiscretísimas, y expresiones de todo tipo.
¿Vos te volviste loca? ¡Empezar todo de nuevo!
Pero ¿cuántos años tenés? ¿Y él? ¿Y las chicas qué dicen? ¿Y los de él?
¡Qué valiente! ¿No tienen miedo? ¿Y si no es normal lo tienen igual?
Juro solemnemente que éstas y otras….no encuentro la palabra, me han dicho.
El embarazo, mal llamado estado ideal, por alguno que no tiene idea de lo que se trata, da un poder muy grande. Y más, a los 44 años.Y digo mal llamado estado ideal, porque de ideal entendido como aquello a lo que se aspiraría permanentemente sería una locura.
Por algo dura 9 meses, el nuestro, porque pregúntenle a la señora elefanta qué opina al respecto, pobrecita.
Los embarazos, además, no son todos iguales. Y como no soy obstetra, ni partera, ni médica, apenas madre, hablaré desde mi experiencia. Es decir desde mis tres embarazos.
Pero hablaré especialmente del último, porque es el que me encontró en esta situación de “añosa”. Palabra que además, por homofonía, me recuerda a “mañosa”, leñosa, lagañosa, y si empiezo a hacer asociaciones no termino ni mañana (¡que también va con Ñ).
El embarazo no será el estado ideal pero que da un poder, lo da, ¡y ni les cuento a los 44 años! Ya sé, es la segunda vez que lo digo, pero es que quiero enfatizar esto.
El primer poder: ¡poder quedar embarazada a esa edad! No recuerdo ahora la estadística, pero las posibilidades de gestar un embarazo van disminuyendo en la mujer a partir de los 35 años, creo, y año tras año, se pierden posibilidades. A los 44 va quedando poco.
Por lo cual, quedar embarazada digo, ¡no es poco!
Porque luego del susto, al ver que a una no la abandonan sino que la aman y la acompañan y comparten y se alegran y emocionan, bueno, después de eso una empieza a disfrutar. Hasta del hormonazo se disfruta.Los primeros días no, porque el sueño es tal que lo único en el horizonte es tirarse a
dormir. Y se puede dormir horas, con un sueño que viene como de la época de las cavernas, un sueño de vidas pasadas diría yo (vidas pasadas sin dormir).
Cuando eso pasa, que será para el tercer mes aproximadamente, una empieza a ponerse linda, linda como una flor recién salida en la planta (en mi caso, como cuando mi jazmín dio flor por primera vez un 24 de diciembre, o cuando nevó en Adrogué). Linda, radiante, sería la palabra, la piel se estira como si una estuviera más joven, desaparece todo dolor articular (magia de la hormona), el pelo brilla y en mi caso se puso lacio lo que me permitió un corte que no solía usar (debido a las ondas preexistentes), tener panza deja de ser unproblema, y una empieza como a emborracharse con la fantasía de que pronto un niño o niña, chiquito, bebito, propio, dormirá en nuestros brazos.
Es como vivir en un enamoramiento con la pareja, pero también con una, con la panza, con eso chiquito que hay que cuidar todo el tiempo y ocupa todo, todo pensamiento, todo sentimiento, porque no hay nada mejor ni más importante. Porque durante esos nueve meses el mundo se detiene, se vive la realidad de otra manera, se disfruta todo, se percibe diferente, como si el instrumento -nuestro cuerpo, nuestro cerebro-, se aceitara y una estuviera al servicio de vivir plenamente.
Eso es lo que me pasó a mi, a los 44 años: quedé embarazada, ¿y qué?

II. Miedos

Quien más, quien menos, todos tenemos miedos. Embarazada y grande los miedos aparecen como cucos. Un tiempo, después se van, porque ellos se asustan de nosotras. Se asustan de nuestra fuerza, de nuestras ganas, de nuestra alegría, y se van a buscar a otros incautos.
Un día me levanté y los miedos se habían ido volando, quién sabe adónde y para siempre.
Miedo a no tener un hijo “normal”.Miedo a no poder.
Miedo a ser muy vieja.
Miedo a que él sea muy viejo (la pareja, no la criatura, se entiende)
Miedo a lo que dirán los hijos (los tuyos, los míos, los nuestros)
Miedo a lo que dirán los vecinos, la madre, las cuñadas, los hermanos, la gente del laburo, etc, etc
Miedo a que el embarazo no ande bien
Miedo a no poder con todo lo que se viene (¡y eso que todavía no se sabe bien!)
Lo mejor con los miedos no es intentar que desaparezcan, es atravesarlos, como a las tormentas, intentando salir más o menos ilesos.
Yo ya probé varias cosas y esto que digo es lo menos cruento. Si una se hace la idiota, el miedo se pone como más grande, para hacerse notar, o peor, se convierte en culpa. No me pregunten por qué, yo puedo describir bastante bien estas cosas pero no puedo explicar el origen de todo. Habrá que ver,
cada quién, cada vez, en cada caso.
En mi caso personal, que es el del que puedo más o menos dar cuenta, los miedos se me fueron, o los puse entre paréntesis, o no sé qué hice, estaba tan ocupada cuidándome, empollando, que no tuve tiempo de aterrorizarme.
Tenía que tejer, cocinar, estar con mis hijas mayores, con mi pareja, trabajar hasta que pude, buscar casa adonde mudarme, eran tantas cosas, eran tantos los cambios que me esperaban que me olvidé del miedo y seguí adelante.

III. Segunda vida

Cómo hacer para contar lo que pensé el otro día mientras pensaba en este texto que no había terminado.En realidad los pensamientos vienen como en  capas, como una cebolla, mientras pienso en lo que pensaba, también pensaba en cómo iba a hacer para terminarlo, en qué momento, cómo encontrar el momento. Adónde lo haría, si en casa, en un bar, cuando mi hija duerme (de noche, que ya estoy muy cansada y con ganas de dormir). Al mismo tiempo pensaba qué haría de cenar (para las vegetarianas, para nosotros, aunque trato de unificar porque no comemos carne todos los días y nos estamos volviendo todos vegetarianos), no olvidarme de darle las vitaminas a Nina, y alguna otra cosa más que ya me olvidé.
Pero en un momento tuve una idea que me pareció reveladora para mí. Pensé que yo tenía dos vidas, había tenido la suerte de tener dos vidas. Una fue mi vida de hace unos años, mi vida de mi primer matrimonio, tener mis dos hijas mayores, luego la separación, todo lo que eso implicó, estar las tres (cuatro, con Lolita, la perra), y después esta otra vida. Mi vida con mi pareja, con mi hija chiquita, con mis hijas grandes y con otra hija de mi pareja. Un familión de seis.
Una casa nueva, una familia nueva.Una vida nueva.Hay lazos e historias de la primera vida que se cerraron.
Y otros, que ahora nacen.Me pregunté si todas las personas sentirían lo mismo.
Me reí sola, pensando que era una ventaja.Como una segunda vuelta.Claro que nada es gratis, y ahora tengo 48 años, y la imperiosa necesidad de mantenerme sana y lúcida para criar a una hija pequeña.Pienso en ella, en su carita, y siento que tendré fuerzas.Con sus caprichos, con lo agotada que puedo estar, con las incertidumbres y el cansancio bestial del trabajo y lo que implica llevar adelante la casa, las otras hijas, la pareja, y
cuidar a esta pequeña.
Qué suerte tengo pienso, de estar sana, de no estar sola, de tener ayuda.
Qué suerte tengo, de tener esta segunda vida.

Patricia Saccomano

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