sábado, 11 de julio de 2015

Manual de instrucciones

Instrucciones para leer
Lo primero que hace falta es saber leer. Haber leído algo, alguna vez, que nos haya producido eso que hace que sigamos queriendo leer. Pero un momentito, quiero detenerme en eso.
Trataré de poner eso en palabras. Eso que hace que sigamos queriendo leer, que nos haga buscar uno y otro libro en nuestra biblioteca, en la de nuestros amigos (los que prestan), en las librerías, en los suplementos literarios. Que sepamos que ya no podremos vivir sin leer.
Después varias cosas más: buscar qué leer, dónde, cuándo.
Leer, lo que se dice leer, se puede en cualquier parte. Habrá quien pueda más, quien pueda menos, quien acepte gustoso cualquier medio de transporte como ámbito para su lectura, quienes se mareen en colectivos y micros, y en cambio puedan leer felices en el tren (leer en el tren es maravilloso).
El lugar físico no es en verdad tan importante. Una vez que el libro nos agarra, no nos suelta, y podremos leer colgados del dedo gordo del pie, siempre que haya buena luz y tengamos los anteojos a mano.
Porque el libro, no cualquier libro claro, un buen libro, tiene la capacidad de transportarnos a otros mundos, nos hace conocer a otra gente y experimentar sentimientos insospechados.
A veces, debido a esto último, hay que buscar cierta privacidad para leer algunos libros, especialmente aquellos que nos hacen llorar como huérfanos o reírnos a carcajadas.
No es nada difícil, ahora, eso sí, Borges tenía razón cuando decía que hay que leer lo que uno puede leer, si uno no puede entrar a un libro, mejor, esperar un poco, darse una vuelta, leer otro en el camino, y volver después. Pero volver, porque a veces los lugares donde más cuesta entrar son de donde no nos queremos ir.


Instrucciones para dormir

Dormir, dormir, cualquiera diría que dormir es una pavada, que no se necesita más que tener sueño, que el fluir de los días y el cansancio cotidiano terminan naturalmente en un sueño reparador.
Pero no es así, para muchos seres humanos, no es así.
Si no, de qué vivirían los laboratorios, ¿por qué están de moda todos esos psicofármacos con receta archivada que se consiguen sin receta?
Los bebés duermen mucho es cierto, principalmente el primer, segundo, tercer, día, digamos, la primer semana. Pero ¿qué pasa después? De repente un día se dan cuenta de que algo cambió, ya no vale todo, ya no es como hacía un tiempito nomás en ese lugar tan calentito donde todo daba lo mismo. Ahora hay otras manos, otros brazos, lugares más fríos, hambre y tener que esperar. ¿Quién puede dormir con semejante alteración del statu quo?
Seguro, para dormir se necesita tener sueño.

Lo primero entonces: tener una cantidad considerable de sueño. No un sueñito de esos que se pasa con un café cargado, o una siestita en un viaje en colectivo de veinte minutos.
Sueño, párpados pesados, agotamiento.
Después, un lugar donde dormir: una cama, que esté en un dormitorio, donde se pueda cerrar una ventana y bajar una persiana, mínimo.
Pero, ¿es suficiente?
De ninguna manera, y mucho menos, a medida que pasa el tiempo, que la vida transcurre con sus ocupaciones y sus preocupaciones, con sus tensiones y los hilos que se tejen a nuestro alrededor, que a veces forman una cama elástica que nos sostiene, y otras, una telaraña que nos enreda.
Dormir, cualquiera se duerme, pero no todos pueden dormir toda la noche, todas las noches, como cuando eran niños.
Hay gente que se duerme y que en el medio de la noche, se despierta, fresco, descansado como para comenzar el día, y resulta que son las 3 o las 4 de la madrugada, o peor aún, las 2.
Hay quienes directamente padecen de insomnio.
Y no es que no tengan sueño. Así que, no es suficiente tener mucho sueño para poder dormir.
Parece que la cantidad de sueño que uno tenga no es proporcional a la posibilidad real de dormir.
Quien puede apoyar la cabeza en la almohada y despertarse a la mañana siguiente, feliz y rebosante de energía, que tire la primera piedra, pero que apunte para otro lado.
Dormir no tiene que ver entonces solamente con el sueño, tendrá que ver con la paz de espíritu, sí, ese tesoro que es poder bajar la cortina de los problemas y sólo entregarse a la bondad de una cama caliente y mullida, a ese estado como de borrachera incipiente que viene antes de cerrar los ojos.
Quien pueda entonces, tener una suficiente cantidad de sueño, que la combine con la tranquilidad de haber hecho las cosas bien, de haber sido buena gente, de no tener temas pendientes, apoye la cabeza en la almohada, y casi seguro, que podrá dormir.

Instrucciones para mentir

Lo primero que se necesita para mentir, es tener que ocultar algo. Un secreto, algo simple de encontrar en cualquier hogar de clase media. El secreto debe estar vigente, no vale ocultar que la bisabuela no se casó virgen o que la madre de la tía Angélica no se llamaba Teresa sino Adelaida, pero que se cambió el nombre por aquello de “Adelaida, la de las tetas caidas”.
El secreto tiene que arder, doler, quemar, en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Tiene que latir como un forúnculo a punto de explotar. Tiene que ser tan terrible, que de ninguna manera deba enterarse de él nadie, nunca, jamás.
Sólo ante algo de este tenor, la mentira surgirá sola, como las mariposas en primavera. Se revelará ante nosotros con tanta fuerza, que creeremos en ella como en la mayor de las verdades. Porque si algo tiene que tener la mentira es la consistencia de la verdad. La evidencia de que sin ella nuestra vida misma puede irse al averno.
Entonces la mentira fluirá de nuestros labios como el rezo mejor aprendido. Tendrá ribetes, detalles, rebalsará de precisiones que no harán sospechar ni al más desconfiado.
A veces la mentira es tan perfecta, tan redondita, ni una fisura, que nos olvidamos de su objetivo.
Ni nos acordamos del secreto, que invisible, como la carta robada, permanece delante de nuestros ojos sin que podamos verlo.

Instrucciones para viajar sin dinero

Lo primero que se necesita es no tener dinero.
Lo segundo, ganas de viajar, o de escapar, o de huir despavorido, o simplemente de no estar ahí justo en ese momento.
Una vez que se cuenta con estos dos elementos, faltan todavía dos más, indispensables, sin los cuales no se puede pensar ni en llegar a la esquina. El deseo ferviente de salir de allí y la convicción de que eso es posible.
El viaje comienza. Es posible irse muy lejos, ya sea al interior o al exterior, vuelo de cabotaje o internacional.
Un buen lugar para irse es la luna. Cuando no queda más lugar en el mundo, es posible refugiarse allí.
No existe otra alternativa entonces que viajar más lejos todavía, salir de la órbita de nuestro planeta y explorar territorios ajenos.
La luna es un buen lugar, ¿Quién no ha estado allí de chico, durante la adolescencia, o especialmente en aquella etapa llamada por nuestros padres edad del pavo? La luna ha estado siempre poblada por pavos y adolescentes. Allí se puede obtener hospedaje muy económico porque no se necesita casi nada.
Dormir se duerme en cualquier parte, y comer…se deja de tener hambre cuando se habita en la luna.
La vida da vueltas y vueltas, decía Ursula Iguarán, y yo creo que tenía razón, porque al final, ¿quiénes vuelven a la luna?: los viejitos. La luna entonces, está poblada por algún niño volador, muchos púberes o pavos, adolescentes y viejos.
Los viejos se van por varios motivos, el principal: a veces no les hacemos lugar en el planeta. Otro: se hartan de estar acá y necesitan salir a otros mundos, antes de partir definitivamente para el otro mundo. Y el último: quieren reencontrarse con aquel niño distraído, o el adolescente de piernas largas que fueron.
Cuando los viejos parecen mirar el vacío, no es que no estén viendo nada, es que ya llegaron a la luna y están contemplando el paisaje. No es que se enloquecieron o que les dio demencia senil, somos nosotros los que no podemos ver adónde están. Andamos muy ocupados, a veces, en lugares en los que ya no queremos estar.

Patricia Saccomano

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