domingo, 26 de julio de 2015

Respiren, que acá cambia el aire

El sábado tempranito nos pasaba a buscar. Ya el viernes a la tarde me empezaba a preparar. Era salir de la escuela y saber que llegaba a casa, tomaba la leche, y con mamá hacíamos el bolso. Eso me llenaba de una alegría grande, simple.
Me llevaba de todo: ropa por si hacía más frío, más calor, por si llovía, zapatillas por si me llenaba de barro, a mí me encantaba empacar, como decían en las películas. Mi mamá me seguía la corriente.
Algún juguete, las figuritas de brillantina y el álbum, el cepillo de pelo, las cintas, hebillas, de todo. Me dormía rápido, estaba cansada y quería que llegara el sábado.
Yo era la primera, porque vivía en Lanús, y eso me daba cierto poder. Comenzaba las conversaciones que luego tenían que seguir los otros.
Los otros eran mis primos, y las conversaciones las empezaba con mi abuelo Francisco, que todos los sábados a la mañana nos pasaba a buscar para llevarnos a su campito en Longchamps.
La vida era linda.
No existían tantas cosas.
Ni celulares, ni tv color, ni gps, mirábamos el cielo para saber si iba a llover. Si no llovía mucho, íbamos igual. El auto se aguantaba el barro, era un Chevrolet 400 donde entrábamos cómodos los seis y el abuelo. Adentro parecía el living de los departamentitos de ahora, esos que alquilan nuestros hijos cuando se van a vivir solos.
Mamá preparaba cosas ricas, un bizcochuelo para la tarde (lo hacíamos entre las dos), y a veces unas pizzas que nos comíamos a la noche. Pero el abuelo no quería que trabajara tanto, ¡bastante haces en la semana mujer!
Yo tenía el privilegio de empezar las conversaciones. El viaje era largo, y mi primo José subía en Bánfield, así que tenía tiempo de hablar con el abuelo de lo que se me antojaba. Me gustaba que me contara cosas de cuando él era chico, y el mundo era tan distinto en su España natal, como decía él. Los que iban subiendo tenían que acoplarse. Sentía que el abuelo hablaba más conmigo que con los otros, que yo sabía más cosas sobre él, porque además era la mayor y me correspondía.
Nada de eso era cierto, pero yo lo quería tanto, que necesitaba inventarme esas mezquindades de nena. Las nenas éramos un poco así.
Mi primo José era bastante callado, así que hasta que subía Estela, yo seguía como un loro preguntando y comentando cada cosa que el abuelo decía.
Le miraba el perfil mientras manejaba a mi abuelo Francisco.
La piel blanca, casi colorada, con apenas arrugas, era joven mi abuelo, pero yo creía que era viejo. Manejaba tranquilo, y sonriente, aunque no se riera, yo sabía que se estaba riendo. Siempre fui charlatana, me gusta y me gustaba hablar, y cuando era chica me encantaba preguntar todo, especialmente a quien quisiera escucharme, y el abuelo quería.
Con mis primos inventábamos juegos y canciones, teníamos como un sentimiento de unión, como si todos fuéramos del mismo equipo. Y en ese equipo, el abuelo era el capitán.
Nos reíamos en el viaje, cuando íbamos llegando a Turdera todos hacíamos silencio, sabíamos que venía la frase: ¡Respiren! que acá cambia el aire.
Y era cierto. Cambiaba el aire, cambiaba el tiempo, que se hacía más noble, más generoso, porque ese día solos con los abuelos, hasta que el domingo llegaban nuestros padres y nos volvíamos todos juntos a la tarde en varios autos, eran largos y nos pasaban muchas cosas. La vida se hacía más intensa. No había horarios, nos reíamos de estupideces, caminábamos solos por el campo porque no había peligro y teníamos libertades que no existían el resto de la semana. Los abuelos no estaban para criarnos, sino para malcriarnos, en el mejor de los sentidos posibles. Y aunque no sabíamos que eso no duraría para siempre, era nuestro tesoro.
El aire era más puro, es cierto.
Todos éramos más puros, vivíamos en ese tiempo tan corto y definitivo.
Hace muchos años, el abuelo vendió el campito.
Cuando salgo de viaje, y en la ruta veo el campo, respiro hondo, el abuelo tenía razón, cambia el aire.

Patricia Saccomano
Dedicado a Cristina

2 comentarios :

  1. Una gran emoción me produjo leer esta historia que me recuerda una linda época de mi vida; y como antes.. respirè y me cambió el aire! Gracias Patricia , un abrazo!
    CrisTina

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    1. Qué suerte que te gustó y qué lindo fue para mi escribirlo

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