Hace unos días murió Oliver Sacks, neurólogo y escritor inglés. Todos lo conocimos tal vez sin saberlo, todos los que tuvimos la suerte de ver la película Despertares, dirigida por Penny Marshall en 1990, por ejemplo.Tan hermosa como conmovedora, la película está basada en un hecho real de 1969, que tiene a Oliver Sacks como protagonista. El audaz médico, probó los efectos benéficos,aunque por desgracia temporales, de la droga L-Dopa en pacientes catatónicos que habían sobrevivido a la epidemia de encefalitis letárgica de 1917-1918. Interpretado magistralmente por Robin Williams, con Robert De Niro como el paciente protagonista, la película maravilla por muchos motivos: tal vez el primero, la entrega y el compromiso de este médico con sus pacientes. La valentía de intentar algo nuevo, teniendo a todo el saber médico en contra.
Quienes tenemos oportunidad de trabajar el ámbito de la
salud mental, que en verdad es una zona de la enfermedad,
sabemos lo difícil y frustrante que es encontrarnos con
personas que sufren ciertos padecimientos mentales. La
catatonía, esa rigidez cadavérica en medio de la vida, por ejemplo, es algo doloroso e impresionante, que provoca
impotencia y transmite a cualquiera que la presencie, la
magnitud del sufrimiento que debe haberla provocado.
Aunque no sepamos nada de la persona, adivinamos en su
mirada rígida, anclada en quién sabe qué imagen, qué
vivencia, un dolor atroz.
Oliver Sacks dedicó su vida a trabajar con estas personas
enfermas. Pero además tuvo tiempo de investigar, de
escribir, y de hacer llegar al público no científico, en un
lenguaje accesible y de manera muy entretenida sus conocimientos e investigaciones, mezclando realidad con ficción. Eso es lo que hace en Despertares y en sus libros.
En febrero de 2015 se enteró de que tenía metástasis en su hígado de un melanoma ocular que se había llevado la visión de uno de sus ojos. Supo que le quedaban pocos meses de vida y sintió, según lo escribió, que tenía que arreglar sus cuentas con el mundo. Cuando lo leí pensé: ¿qué cuentas pendientes puede tener alguien que hizo tanto y tan bien por tanta gente?
Me dieron muchas ganas de leerlo, de saber de él, de conocerlo mejor. Tengo un libro suyo, de una edición muy linda, que compré el verano pasado en una librería en Mar del Tuyú, se llama “Veo una voz, viaje al mundo de los sordos”. Ya el título dice mucho, claro que los sordos viven en otro mundo, como los ciegos, los enfermos mentales y tantos otros. Pretendemos que estas no sean etiquetas, pero ya la manera de nombrarlos, hace que sea inevitable que los pensemos en otro mundo que no es el nuestro, el de los “normales”. Nos referimos a las personas con problemas de salud, con el nombre de las enfermedades, no como si fuera algo de lo que sufren, sino algo que los constituye, los hace ser y estar en el mundo de un modo diferente. Y aunque nos hagamos los abiertos, los civilizados, los adelantados, y todo lo que nos haga parecer mejores y más inteligentes, no hay manera, los seguimos tratando de modo diferente. Sólo cuando la vida nos da la oportunidad, de un lado o de otro, de andar por esos lugares, de transitar esos mundos, que no son otros que una parte del nuestro, del mundo de cualquiera, sólo entonces empezamos a entender de qué se trata lo que les pasa a esas personas. Puede que visto desde afuera, esto parezca muy penoso, pero no siempre es así, según cómo nos ubiquemos y según también en qué lugar pongamos al otro (al “enfermo”), puede ser enriquecedor, y siempre, es un aprendizaje.
En febrero de 2015 se enteró de que tenía metástasis en su hígado de un melanoma ocular que se había llevado la visión de uno de sus ojos. Supo que le quedaban pocos meses de vida y sintió, según lo escribió, que tenía que arreglar sus cuentas con el mundo. Cuando lo leí pensé: ¿qué cuentas pendientes puede tener alguien que hizo tanto y tan bien por tanta gente?
Me dieron muchas ganas de leerlo, de saber de él, de conocerlo mejor. Tengo un libro suyo, de una edición muy linda, que compré el verano pasado en una librería en Mar del Tuyú, se llama “Veo una voz, viaje al mundo de los sordos”. Ya el título dice mucho, claro que los sordos viven en otro mundo, como los ciegos, los enfermos mentales y tantos otros. Pretendemos que estas no sean etiquetas, pero ya la manera de nombrarlos, hace que sea inevitable que los pensemos en otro mundo que no es el nuestro, el de los “normales”. Nos referimos a las personas con problemas de salud, con el nombre de las enfermedades, no como si fuera algo de lo que sufren, sino algo que los constituye, los hace ser y estar en el mundo de un modo diferente. Y aunque nos hagamos los abiertos, los civilizados, los adelantados, y todo lo que nos haga parecer mejores y más inteligentes, no hay manera, los seguimos tratando de modo diferente. Sólo cuando la vida nos da la oportunidad, de un lado o de otro, de andar por esos lugares, de transitar esos mundos, que no son otros que una parte del nuestro, del mundo de cualquiera, sólo entonces empezamos a entender de qué se trata lo que les pasa a esas personas. Puede que visto desde afuera, esto parezca muy penoso, pero no siempre es así, según cómo nos ubiquemos y según también en qué lugar pongamos al otro (al “enfermo”), puede ser enriquecedor, y siempre, es un aprendizaje.
En sus últimas reflexiones, que no les voy a contar, porque ustedes mismos pueden leer ese artículo que salió en El País y que se titula “De mi propia vida”, Sacks se siente feliz porque sus últimos años fueron fructíferos tanto en el trabajo como en el amor, y piensa cómo hacer “rendir” de alguna manera ese tiempo que le queda, para seguir aprendiendo y haciendo las cosas que le gustan.“Por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura”.
Destaco esta cita de ese artículo porque me parece tan acertado, me hizo acordar de algo que sentí cada vez que fui madre.
Que era un pequeño gran milagro, que de verdad era una maravilla que eso me estuviera pasando, que tantas cosas se tienen que dar juntas para que nazca un niño sano. No tengo de dudas de que el Dr. Sacks pudo arreglar bien sus cuentas y partir sin deudas.
Patricia Saccomano
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